Entrevista a Ellie Wiesel
Con 80 años recién cumplidos, el hombre que fue premio Nobel de la Paz 1986 y sobreviviente de un campo de concentración nazi sigue en pie de lucha. Teme que una tragedia como la del Holocausto pueda repetirse, y cree que el hambre global es como una maldición bíblica.
WASHINGTON.- Elie Wiesel cumplió 80 años en 2008. Pero el laureado Nobel de la Paz y sobreviviente de los campos nazis de concentración apenas si agradece los saludos que le llegaron de todo el mundo. Prefiere, en su diálogo con LNR, hablar de aquello que vendrá, de las generaciones a las que no podrá describirle la noche oscura que significó el Holocausto. Una tragedia que teme que se repita en alguna nueva y terrible variación, como afirma que lo presagian en cierto modo el genocidio en Darfur o la invasión rusa de Georgia, aunque Adolf Hitler encarne por siempre "el ejemplo último" de la maldad terrenal. Wiesel aclara que se obliga a sí mismo a transitar la senda de la esperanza, aun cuando sus experiencias lo inclinan hacia el pesimismo. "Cuando miro hacia el futuro, cuando veo a los niños, a mis estudiantes, me obligo a mí mismo a ser optimista. No puedo poner en riesgo sus bríos con mi desazón. Así que me obligo a mí mismo a serlo", le cuenta a LNR desde su despacho académico de Boston.
El autor de Noche , su memoria de la tragedia nazi -de la que no salieron con vida su padre, su madre y la menor de sus tres hermanas-, ganó el Premio Nobel de la Paz en 1986. Antes y después, el profesor de ojos pesarosos y voz cargada -de acento de Europa del Este y de autoridad- encarnó como pocos la defensa de la paz y la dignidad humana, y la búsqueda del "despertar moral" de quienes perduran indiferentes a todo.
-Después de tantos años de testimonio y ocho décadas de una vida muy peculiar a cuestas, ¿hay algún asunto en particular que hoy concentre más su atención?
-Que haya tanta violencia en el mundo tanta injusticia. Pero también algo que la gente tiende a olvidar, y es el hambre. Hambre en el mundo. Hambre para millones de personas. El hambre es para mí como una maldición bíblica. Yo defino lo que ocurre como "la vergüenza del hambre", porque la gente que tiene hambre se suele avergonzar de eso. Pero no estamos haciendo lo suficiente para remediarlo.
-¿Puede ser que se deba a que nos acostumbramos a ver la hambruna casi como algo "normal"?
-Siempre hubo hambre, sí, siempre existió. En la Antigüedad, en los tiempos bíblicos y en los tiempos modernos también, por supuesto. Pero nunca antes estuvimos tan al tanto de la hambruna como hoy. Sabemos que hoy hay gente hambrienta alrededor del mundo porque lo vemos en los periódicos, en la televisión, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, cuando podía tomar años para que se supiera de una hambruna en una región distante.
-¿Acaso el flujo excesivo de información no tiende a ?adormilar? a sus consumidores, incluso ante tragedias de este calibre?
-Es cierto, eso ocurre, más aún cuando uno ve imágenes día tras día, pero eso no es una excusa. La apatía es una enfermedad, aunque yo prefiero definirlo como indiferencia, y hay que luchar contra ella. Más aún ante algo como la hambruna. Alguien que no ha padecido hambre, realmente hambre, no entiende de qué se trata. La humillación del hambre. Por supuesto que hay tantos otros problemas y asuntos en el mundo que atraen nuestra atención, pero eso no es excusa.
-¿Qué otros asuntos lo inquietan?
-No puedo entender cómo es posible que el mundo le haya permitido a Rusia invadir y oprimir al pueblo de Georgia. O la tragedia que continúa ocurriendo en Darfur. Hay demasiado en juego en el mundo como para permanecer indiferentes. Hay demasiado para sentirnos culpables si no reaccionamos.
-Dada su experiencia de los últimos 60 años, ¿cómo combate esa indiferencia general y constante?
(Suspira) -Se trata de buscar un despertar moral. Lograr que el otro piense que, si un tercero sufre, de algún modo nosotros no estaremos completos. Que nos debemos a aquellos que sufren y que no podemos ser cómplices de una injusticia. Esa es la forma; más bien, no hay otra forma más que esa. La indiferencia, para mí, no es sólo un pecado. Es un castigo. Una persona que es indiferente a otra que sufre, es también indiferente a su propio dolor.
Está incompleto.
-¿Pero cuánto es indiferencia y cuánto impotencia? ¿Qué puede hacer, digamos, un argentino, ante lo que ocurre en Darfur o en Georgia? ¿O ante lo que ocurre en su propio país?
-La impotencia es una excusa. ¿Qué puedo hacer yo?, es la pregunta. Pero durante la Guerra de Vietnam, era la pregunta que también se hacían muchos: ¿qué podía uno hacer para detener esa guerra?, ¿qué puede hacer hoy alguien para parar, solo, la tragedia en Darfur? ¡Por supuesto que eso es una excusa! Si una persona despierta, y despierta a otra, y ésta a una tercera, juntas pueden hacer algo. Mis estudiantes, por ejemplo, firman peticiones, junto a miles más, que se envían a la Casa Blanca, a las Naciones Unidas, sobre Darfur, y elevan el nivel de atención sobre lo que allí ocurre.
-Vayamos un paso más allá: ¿qué puede hacer hoy, por ejemplo, la comunidad internacional frente a desafíos como el que planteó Rusia con su invasión a Georgia?
-Debe llevar la situación a una posición en la que se le plantee a Rusia que si quiere avanzar contra el sistema imperante de las naciones, faltarle el respeto, deberá asumir las consecuencias. No puede invadir a un país sólo porque es más fuerte. Remarcarles que hay implicaciones morales en juego y, por tanto, que se arriesgan a una co dena moral. No creo que Rusia desee recibir una condena por lo que está haciendo.
-Hay incluso quienes trazan paralelos entre lo que Rusia ha hecho con Georgia y los primeros pasos de la Alemania nazi en los 30. ¿Comparte esa visión?
-No (en un tono tajante que no aplicó en ningún otro momento del diálogo).
Esa analogía no es posible. No comparo a nadie ni a nada con la Alemania de Hitler. Cometió crímenes de un calibre que no es comparable. Fueron crímenes de tal magnitud, de tal innovación, que sobre salen, creo yo, como el ejemplo último.
-Usted cumplió 80 y -digámoslo así- ¿se prepara para salir de este mundo como un optimista sobre el presente y el futuro o como un pesimista?
(Se ríe) -Le diré la verdad. Cuando miro hacia atrás, soy un pesimista, dado todo lo que pasó. Pero cuando miro hacia el futuro, cuando veo a los niños, a mis estudiantes, me obligo a mí mismo a ser optimista. No puedo poner en riesgo sus bríos con mi desazón. Así que me obligo a serlo.
Por Hugo Alconada Mon
(Corresponsal en EE.UU.)
revista@lanacion.com.ar
Wiesel y la negación
WASHINGTON.- El 1° de febrero de 2007, un muchacho de 22 años, Eric Hunter, atacó a Elie Wiesel en un hotel de San Francisco. Intentó meterlo en una habitación y forzarlo a declarar que el Holocausto no había existido. No lo logró y se escapó, pero un mes después fue arrestado. En julio de este año fue condenado a dos años de prisión y sometido a tratamiento psicológico.
Durante la audiencia en la Corte, leyó un pedido de disculpas al laureado académico. Dijo que se nutrió de "teorías conspirativas antisemitas en Internet", pero que ya no negaba la barbarie nazi. Pese a la retracción del muchacho, Wiesel se mostró muy cauto sobre lo ocurrido. Se definió "traumatizado" aún por el incidente de 2007, y dijo que no comprendía a quienes niegan hoy el Holocausto, que eso y que haya gente que financia y alienta esas teorías, era para él un "enigma". Gente que, planteó, quizá padezca un "trastorno moral", más que mental.
-¿Ve en el arrepentimiento de Hunter quizás una suerte de metáfora de algo más amplio, tal vez la posibilidad de que el ser humano progrese?
-No he visto su carta, así que sería impropio opinar, pero puedo decirle que estuvo muy traumatizado por lo que ocurrió. El fue el primer negador del Holocausto que usó la violencia contra mí. Luego admitió que quería secuestrarme y mantenerme bajo su custodia hasta forzarme a admitir que el Holocausto no había ocurrido. Sé que hay muchos en el mundo, demasiados, que desafortunadamente aún niegan el Holocausto, pero él fue el primero en ejercer la violencia, lo cual lo torna un caso especial. Por supuesto que luego invocó que padecía una insania, pero eso es una estrategia legal, así que no sé qué decirle.
-¿Cómo se explica que más de 60 años después aún haya quienes niegan el Holocausto?
(Suspira) -Pienso que quizás así como hay gente con trastornos mentales, también los hay con trastornos morales. Hay quienes padecen una locura mental y hay quienes padecen una "locura moral". Esto quiere decir que son gente que comprende lo que hacen, aunque de un modo distinto. Pero jamás me senté a discutir con alguien que niegue el Holocausto; jamás concedí a nadie la dignidad de un debate. Para mí es un enigma que una persona tan joven como ésta (por Hunter) casi destruyera su futuro para hacer lo que hizo, para intentar probar que el Holocausto no existió.
-¿Qué reacción le genera?
-Me pregunto por qué lo hacen, por qué intentan negar algo así, de qué se trata, cuán profundo es. Le daré un ejemplo: cuando recibí el Premio Nobel hubo una manifestación realizada por los negadores europeos del Holocausto. ¿Quién los congregó? ¿Quién los ayudó con la logística? ¿Quién pagó sus viajes y sus hoteles? Me contaron luego que tenían mucho dinero a disposición. ¿Quién les dio todo ese dinero? No lo sé, pero es desalentador.
Fuente:
Revista La Nación, Domingo 28 de diciembre de 2008. Publicado en edición impresa
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