Allí no había piedras para construir la ciudad y la torre. ¿Qué hicieron? Moldearon ladrillos y los hornearon como los alfareros, hasta que la construcción alcanzó las setenta millas de altura.
Tenía escaleras por el Este y el Oeste. Quienes subían los ladrillos ascendían por el Este, y los que debían bajar descendían por el Oeste.
Y si caía una persona y moría, nadie le prestaba atención. Pero si llegaba a caer un ladrillo se sentaban a llorar, diciendo:
“¡Ay de nosotros!, ¿cuándo ascenderá otro en su reemplazo?”
Fuente:
Pirké deRabí Eliézer, XXIV.
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